30 oct

Lo que me aporta mi grupo

Imagen objetos en pared

Hace algo más de un año que entré a formar parte de un grupo de consumo ecológico. Antes de acudir a esa primera reunión “de constitución” que me envió una amiga, a sabiendas de mi interés por comer sano, lo que más me movía era renunciar a tanto plástico, hormona, pesticida, pegatinas con granjas idílicas y vacas felices. Aunque tampoco era una experta en la alteración de los alimentos con fines mercantiles, sabía lo suficiente como para recelar de esos pimientos clonados, de las sonrisas que plagan nuestros envases, la espuma que echa la carne y de las miles de “Eees” que condimentan nuestros envases.

Ahora, cuando abro la puerta de un frigorífico ajeno, los colores plastificados y las marcas asaltan mi resina. Nada que ver con la mía -pienso-, llena principalmente de colores tenues de temporada, formas irregulares de hortalizas , con formas -algunas de ellas- desconocidas hasta hace muy poco. Las marcas ya no tienen hueco en mi nevera, solo la Naturaleza tiene el protagonismo, respiro aliviada. Cierro entonces la puerta rápido, y me siento orgullosa. Dentro de esto mundo de cartón piedra, en el que todo es falso y se encuentra atravesado por las desigualdades sociales y el deterioro de la Naturaleza, creo haber encontrado un pequeño refugio, un hueco de coherencia en el que me siento cómoda y que además comparto con otras personas que piensan igual.

Esto lo sé ahora, no lo sabía antes. Insisto que mi principal motivación cuando asistí a esa reunión era huir de la química, comer sano. Pero ya, en aquella primera charla, escuché hablar de ese tal Max Neef, del que nunca antes había oído nada. Al parecer, según me contaron, este economista mantiene que las necesidades humanas son universales, siempre han sido y serán las mismas, y son además nueve (lo sé porque acabo de mirarlo, siempre me olvido). Lo único que sí que cambia, y no es poco, entre culturas y sociedades son los “satisfactores”, es decir aquello que nos permite cubrir nuestras necesidades, y que estos sí se forman culturalmente. Aquel chico de La Ecomarca, nos explicó que el grupo de consumo indudablemente cubre una de ellas: la de Subsistencia -que para eso están los alimentos- pero no la única. Nos satisface también la necesidad de Identidad, al ser parte de un grupo que a su vez forma parte de un movimiento de transformación social cómo es la agroecología; de Creación, ¿qué es si no formar un grupo desde el principio y mantenerlo en el tiempo?; de Participación, porque sin participación no hay grupo como tal; Entendimiento, porque ahora sé cómo funcionan los ciclos agrarios; Afecto, ¡que grandes amig@s se hacen en el grupo! y además con las mismas inquietudes; e incluso de Entretenimiento, porque no hay mejor manera de acabar el reparto que tomándose unas cañas con l@s compañer@s.

¡Qué bien sonaba aquello! Resulta que voy a un grupo pensando solo en alimentarme sano, y me llevo en la cesta ¡otros seis satisfactores más! Más de la mitad de los satisfactores cubiertos por un grupo de consumo. Eso sí, también nos avisaron: estos satisfactores son muy gratificantes, pero requieren también de compromiso, tiempo y dedicación. La Creación y Participación requieren de esfuerzo, sino carecen de sentido. El hedonismo del “compro cuando quiero y donde quiero y no me compliques las cosas que para eso pago” no tiene cabida en el grupo de consumo.

Por último, nos explicaron un poco mejor toda la falsedad del modelo alimenticio. Con sus impactos ambientales: cambio climático, deforestación del Amazonas, agotamiento de las pesquerías y destrucción de los fondos marinos, agotamiento de los recursos hídricos, contaminación y generación de residuos, etc. Y sociales: especulación con los alimentos y hambre, destrucción de la pequeña agricultura, de la pesca artesanal y de la ganadería tradicional, abandono de las zonas rurales, alimentos que se tiran para no bajar los precios, etc.

Salí de esa primera reunión muy motivada. Lo que se me planteaba no era solo llegar y recoger mis alimentos, sino que iba a ser parte de algo más, iba a ser capaz de a través de mi alimentación transformar algo las cosas a mejor, de incidir un poco en ese monstruo de mil brazos y cabezas en el que vivimos y del que parece imposible escapar.

Así que empecé.

Y no fue fácil, lo reconozco. Crear un grupo efectivamente requiere de esfuerzo (cómo resonaban aquellas palabras): hay que organizarse, solventar problemas, consensuar cosas, etc. Además, al principio hubo gente que al ser consciente de la implicación que requería se fue. Tuvimos entonces que hacer difusión, ir a pegar carteles, pensar en gente conocida, hacer reuniones para nueva gente… Hubo momentos que parecía que el grupo se tambaleaba. Pero lo conseguimos.

Y ahora cuando cierro esas puertas frigoríficas ajenas no sólo siento cierto placer en mi estómago y mi cuerpo, sino que me vienen a la cabeza los ojos de mis compas de grupo, esa gente que antes no conocía y con la que ahora no sólo comparto unas verduras, sino una forma de vida, unas inquietudes, un afecto y una amistad. Ya no me siento orgullosa sino que comparto el orgullo con el resto de personas que hacemos viable, alegre y contagioso este maravilloso grupo del que formo parte.

Nadie suele contar esto cuando habla de un grupo de consumo, a mi me apetecía hacerlo, sobre todo al ver el último artículo de Emilio. Y como creo que es una experiencia que más gente habrá vivido en el resto de grupos que forman parte de La Ecomarca, y fuera de ella, prefiero hacerlo desde el anonimato, ya que estoy segura, y lo sé, que esta experiencia no pertenece sólo a mi grupo, sino a todo ese movimiento en auge que es la agroecología.